lunes, 20 de mayo de 2013

Mañana puede ser mejor

Las vacaciones llegaron a su fin. Nos queda un largo año por delante para disfrutar de las próximas.
Con mi familia compartimos el receso con uno de nuestros compañeros perrunos, “Chasco”, la última adquisición, hoy un cachorro mestizo de 4 meses y medio. La playa me pareció un buen lugar para su socialización y habituación a diferentes situaciones, para que en la edad adulta se comporte bien con la gente y otros animales.
Para Chasco, su primera experiencia con la playa fue genial, y nosotros gozamos de su compañía.
Había olores diferentes, objetos diversos para explorar... Comió arena, bebió agua del mar, y probó el pochoclo que fue su gran debilidad durante la estadía.
Hizo pozos para refrescarse y largas caminatas con correa o suelto.
Practicó los rituales caninos con congéneres de distinto sexo y edad, e interactuó con personas diferentes, desde niños a ancianos.
Como no puedo con mi genio ni aún en mi tiempo de descanso, me dediqué a observar la conducta de los perros de mis vecinos de balneario. La presencia de los animales me facilitó conversar en forma casual con sus propietarios para conocer su historia.

Observé a Luna, una hembra de raza labrador de 8 años, que a pesar de ser su primer encuentro con el mar lo disfrutó muchísimo, y sus propietarios también.
Juancito era un pequinés de 10 años que fue hallado perdido en la vía pública 5 años antes. Como es frecuente en los perros que han estado en la calle, desarrolló un apego excesivo con su propietaria, que lamentablemente empeoró por la falta de tratamiento. Juancito estaba constantemente pendiente de todo movimiento de su dueña. Si ella se alejaba de su vista, tenía una reacción de angustia tal que a quienes lo observábamos nos partía el alma. Gemía muy inquieto y la buscaba por doquier, incluso a riesgo de perderse nuevamente ya que en su desesperación no medía las consecuencias.
Su propietaria me comentó que en su ausencia, si quedaba en el departamento, aunque hubiera otras personas, permanecía llorando junto a la puerta. El saludo a su llegada, aunque se hubiera ido muy pocos minutos, era muy efusivo, la perseguía y saltaba con alegría.
Si quedaba solo, sus gritos y ladridos desgarradores se escuchaban desde varios metros a la redonda generando quejas de los vecinos. Realmente sufría mucho, estaba enfermo y necesitaba ayuda profesional para recuperar su salud comportamental.
También, ví a varios perros que ladraban indiscriminadamente a quien pasaba a su lado haciendo insoportable la estadía en la playa, incluso la nuestra.
Una hembra a la que apodaron “el tiburón blanco” porque se escapaba y abalanzaba agresivamente sobre cualquier perro, lo hizo en varias ocasiones demostrando, además de su mal comportamiento, la falta total de responsabilidad del propietario, a quien en varias ocasiones escuche decir: “Ay!, Perdón! se me soltó”, como si hubiera sido algo ocasional.
Algunos animales se mostraban muy temerosos de todo lo que sucedía a su alrededor, y si otros se aproximaban a ellos, escapaban lo que la correa les permitía.
Ví perros que enfrentaban agresivamente a quienes pasaban cerca caminando, corriendo o en bicicleta. A propietarios persiguiendo y llamando a su compañero de 4 patas que había huido y no tenía ningún interés de regresar. A gente que llevaba a su perro colgado de la correa, mordisqueándole los talones, abrazándole las piernas, o cruzándose constantemente en su paso.
También aquellos que debían sacarle la pelota que había robado a alguien que jugaba en la playa y a dueños que deseaban meterlo al mar a pesar de su resistencia, generándole más temor.
Observé muchas otras situaciones transformadoras de las vacaciones en pesadilla, porque estos malos comportamientos del perro generaban frecuentemente discusiones en la familia.
Seguramente estos individuos manifiestan estas conductas en la ciudad, en ocasiones el propietario no lo lleva a pasear para evitar inconvenientes. Muchos desconocen que estos problemas de conducta pueden corregirse.
En esta época es importante evaluar la experiencia durante los días de descanso y plantearse preguntas como las siguientes: ¿Pude disfrutar de su compañía, o su presencia convirtió el viaje y la estadía en un caos? ¿Pudo acompañarme en los paseos, o fue necesario dejarlo en el alojamiento porque molestaba? ¿Respondió a mi llamado? ¿Huyó? ¿Fue obediente? ¿Fue bueno con los niños que se acercaban? ¿Robaba la pelota o juguetes a quienes estaban a su alrededor? ¿Tiraba tarascones, ladraba o perseguía a quienes pasaban corriendo cerca?
¿Pudo relacionarse con otros perros y personas? ¿Manifestó comportamiento agresivo, temeroso, o ambos? ¿Rompió cosas, ladró, aulló o gimió al quedarse solo? ¿Se comportó bien en el auto, o durante el viaje estuvo inquieto, gimió, babeó o vomitó? ¿Debí darle medicación tranquilizante para viajar?
Si la conducta del animal no fue la deseada, o demostró en alguna ocasión miedo o agresividad, es necesario realizar una consulta etológica para diagnosticar que le sucede y preservar su bienestar.
Por delante hay muchos meses para corregir lo que haga falta para que el perro aprenda a comportarse en la forma esperada durante las próximas vacaciones, y así disfrutar juntos la nueva experiencia.

Algunos de mis pacientes:

En unos segundos estaré listo...