viernes, 15 de enero de 2016

Mi pobre angelito

En casa, compartimos los días con tres caninos, dos de ellos mestizos de tamaño pequeño cuya madre es de raza caniche y el padre desconocido.
Pero los perros pequeños tienen mala fama y desagradan a muchas personas, quienes los describen como ruidosos, ladradores, inquietos, agresivos con niños o congéneres, e incluso comentan que en varias ocasiones fueron mordidos por el pequeño monstruo que descansaba en brazos de su propietaria.
También expresan que el macho marca con orina en distintos lugares de la casa o las piernas de las visitas, y que es difícil que aprendan a orinar o defecar en el lugar permitido del hogar.
En una palabra los definen como insoportables.
Siempre respondo lo mismo. El perro desconoce a cual raza pertenece y no nace sabiendo cómo debe comportarse. No piensa: “Soy un Dobermann, entonces debo ser malo con las personas”; “Soy un Golden retriever y por eso soy apto para acompañar a personas con capacidades diferentes”; “Soy un Pitbull, debo comportarme agresivamente con los otros perros”; o en este caso, “Soy de raza pequeña, debo ser insoportable y ansioso”.
El comportamiento depende de la genética, del ambiente que lo rodea desde su gestación y de lo que aprende día a día, ya sea con otros perros (entre los cuales la madre tiene un rol fundamental), o con las personas con quienes tiene contacto.
Hay algunos, de raza o mestizos, con mayor temperamento que otros, y familias más o menos organizadas e integradas por personas de distintas edades y caracteres. No será igual el comportamiento del perro que creció rodeado de niños y congéneres, que aquel que lo hizo en un hogar sólo conformado por gente adulta y sin contacto con otros individuos.
Cada canino, sin importar su raza, sexo o edad, es un mundo distinto que debe explorarse detenidamente para educarlo según su “perrolidad” (personalidad en el perro), considerando siempre la importancia de conocer y respetar los códigos y rituales propios de esta especie. La etología clínica posibilita hacerlo correctamente y prevenir problemas de conducta, preservando al mismo tiempo su bienestar.
Para lograr un buen compañero de vida, a pesar del tamaño, hay que educarlo desde que llega al hogar, enseñarle a permanecer tranquilo, y no favorecer nunca el comportamiento agresivo hacia otros, ya sean animales o personas.

Es necesario recordar que pertenece a una especie que vive en manadas donde cada integrante ocupa una posición definida, que una vez establecida es respetada por el resto del grupo. Cuando convive con el hombre, forma con él lo que llamamos la “manada-familia”, y en esta el perro se rige por las mismas reglas que seguiría con congéneres.
Además, el cachorro canino nace con el sistema nervioso inmaduro y el desarrollo comportamental es paulatino y lento, para lo cual requiere el acompañamiento del clan. Por lo tanto, al integrar el grupo con personas, necesita de ellas paciencia, dedicación, y tiempo disponible para aprender y desarrollar una conducta equilibrada. Si permanece muchas horas del día sin una compañía adecuada es muy probable que desarrolle problemas de comportamiento.
Al interactuar con él debe usarse un lenguaje que pueda comprender, no hay que ladrar, pero los gestos, postura y movimientos del cuerpo de la persona (comunicación no verbal) deben coincidir con lo que expresa con palabras. Así mismo, hay que ser coherentes y evitar permitir hoy lo que molestará mañana. La comunicación correcta es el primer paso para lograr un buen comportamiento.
No hay que considerar solo el peso y tamaño del cachorro, sino cual será su porte en la adultez y actuar en consecuencia. Cuando es chiquito es divertido observar las “travesuras” que más tarde pueden no ser graciosas o generar temor.
Es importante enseñarle a controlar la fuerza de su mordida porque no tiene que lastimar con los dientes durante el juego a los 3 meses de edad.
Debe tener un lugar para comer y para dormir o retirarse, y en su espacio hay que permitirle descansar cuando lo desee, sin molestarlo.
Además, tiene que aprender a permanecer sin compañía, y evitar que se apegue a un miembro de la familia para que no sufra cuando no esté a su lado.
Hay que ofrecerle juguetes distintos, y organizar horarios de juego y paseos diarios (aunque viva en casa con jardín) para que experimente situaciones novedosas.
Al principio serán muchos NO! los que escuche, que deben ser en tiempo y forma adecuados. Oigo muy frecuentemente: “Eso se arregla con una buena paliza” y no es así. Si no obedece porque no comprende, el castigo físico no es la opción correcta ya que siempre genera miedo y agresividad.
Entonces, no importan el tamaño o la raza del perro porque en biología uno más uno no siempre tiene dos como resultado.
El linaje no garantiza un buen compañero de vida. Los malos comportamientos pocas veces se solucionan solos, llevan al gasto de dinero para reparar destrozos…, a enojos…, malos momentos… y hasta, en ocasiones, mucho castigo físico para él.
Si presenta problemas de conducta, independientemente de su edad, sexo o tamaño, la Etología Clínica es el inicio de la solución.
Los problemas de conducta pueden prevenirse con la buena crianza porque, a pesar de ser pequeño, puede ser un perro con todas las letras. El buen comportamiento es signo de salud y bienestar.

Algunos de mis pacientes:

En unos segundos estaré listo...