Una noche, mientras estaba entrando el auto en el garage, su ladrido de alerta y la ferocidad con que se abalanzaba a la puerta de calle avisó a mi familia de que algo malo me estaba sucediendo afuera, gracias a su conducta dos delincuentes que me amenazaban con armas de fuego se dieron a la fuga sin hacerme ningún daño físico, pero sí emocional ya que por varios meses temí salir a la calle cuando oscurecía, solo lo hacía si Apolo me acompañaba, con él me sentía protegida. Nadie se lo había enseñado, estaba en su naturaleza, formábamos parte de su mundo y así debía ser sin evaluar los riesgos.
Esta es solo nuestra historia pero hay muchas otras.
Desde el comienzo el perro ayudó al hombre en la caza, la guerra y la defensa de su hogar; con su ladrido avisaba la presencia de extraños en los alrededores a cambio de alimento y resguardo.
Hoy, después de miles de años y salvo excepciones, se elige su compañía por el cariño que despierta más que por sus servicios. La presencia del perro alegra la vida de las personas y da motivo de conversación con amigos y conocidos, y hasta con aquellos extraños con quienes nunca se hubiera entablado una charla.
También con este fin se lo suele adiestrar para ataque sin evaluar bien a la persona a quien legan esta responsabilidad, si no es idónea dañará la salud emocional del animal y llevará a que sea peligroso para convivir si no recupera su bienestar. Desde mi punto de vista considero innecesario hacerlo con el perro de compañía.
La defensa del territorio y el grupo de pertenencia integra el repertorio comportamental normal de la especie canina y parece ser un remanente conductual de su ancestro, el lobo. Se relaciona con la jerarquía que ocupa el individuo en el grupo social y es independiente de sus características físicas ya que puede observarse en animales de pequeño o gran porte. A mayor jerarquía mayor responsabilidad en la defensa del territorio y más probabilidad de ubicarse en las zonas principales y protegidas del mismo. Esta jerarquía también hará que sea acompañado por el resto de la manada cuando deba enfrentar a un oponente.
El espacio propio incluye zonas de diferente tamaño e importancia, a algunas de ellas no se puede ingresar sin permiso del animal ya que de lo contrario puede reaccionar en forma agresiva, en el consultorio es frecuente el comentario “mordió cuando lo acaricié en la cabeza”, o “mordió cuando fui a acariciarlo a su refugio”. Hay áreas que comparte con otros miembros del clan y no es permitido el ingreso de extraños (la casa, el vehículo); y otras que comparte con individuos de otros grupos, por ejemplo la plaza. En esta última el macho señalará su presencia mediante la marcación con orina.
Pero, ¿es correcto que el perro del hogar no deje entrar a quien su dueño invita a ingresar al mismo?
La respuesta es NO.
Veamos ejemplos:
- Al sonar el timbre el perro ladra y acude en busca del dueño quien se aproxima a la puerta, ante un gesto del propietario el animal se tranquiliza y observa, si el extraño es invitado a ingresar a la vivienda no manifiesta agresividad.
- Al sonar el timbre el perro ladra agresivamente y el propietario no puede recibir o conversar con quien está tras la puerta o reja, lo mismo suele suceder a través de la ventanilla del vehículo, esta situación genera gran incomodidad en ambas personas hasta que el perro es retirado, a veces no tan fácilmente, del lugar. Incluso suelen evitar recibir visitas por su mala conducta.
El primer ejemplo muestra a un individuo con comportamiento equilibrado, no así el segundo que evidencia en el perro la ausencia de posición jerárquica clara y subordinada en la manada familia, y debe corregirse.
La conducta territorial puede alterarse por diversas causas desencadenando la agresividad del animal, entre ellas deficiente estimulación temprana, experiencias traumáticas o negativas que generaron miedos, o facilitación intencional del comportamiento agresivo por parte del propietario quien lo considera indispensable para sentirse a salvo.
Es agradable sentirse protegido por el perro de la familia pero es importante no estimular nunca su agresividad. Si es equilibrado leerá correctamente el lenguaje no verbal del extraño, detectará el peligro y actuará en defensa de su grupo si la situación lo requiere.
Hay que recordar que él no puede decidir quien ingresa al hogar en presencia del dueño, si lo hace está indicando un problema de comportamiento que debe corregirse para disfrutar plenamente de su compañía.