Un perro de determinada raza suele elegirse por su físico y el deseo del comportamiento observado en uno conocido, o por datos raciales obtenidos de fuentes fidedignas o no. Puede suceder que el elegido se asemeje poco a ese ideal. La maduración del sistema nervioso, hormonas, enfermedades que pudiera padecer y el envejecimiento influyen en la conducta.
No basta con elegir una buena raza, sólo se obtendrá lo buscado si se cuida, además de lo físico, el crecimiento durante su gestación y primeros meses de vida, con trato afectuoso y buena educación. El desarrollo conductual es lento, progresivo, y es el resultado de lo que heredó de padres, abuelos…, de las condiciones del ambiente que lo rodea desde su gestación, y de lo que aprende.
El estrés de la hembra gestante influirá negativamente sobre la capacidad del hijo de adaptarse a los cambios futuros. El comportamiento de la madre, su primera maestra, es fundamental, si su conducta no es equilibrada y desconoce los rituales de comunicación podrá enseñarle poco a su cría.
El ambiente debe darle seguridad y permitirle explorar y aprender. Son necesarias las interacciones positivas con su mamá, hermanos y otros adultos.
El cachorro debe estar apto para aprender, ya que dificultades para ver, oír, o las enfermedades afectarán su desarrollo conductual porque le dificultan la exploración y la relación con el otro.
También influyen las condiciones en el nuevo hogar, respecto de la personalidad de la familia, la presencia de niños o ancianos, el tamaño y ubicación de la vivienda, horarios de trabajo, rutinas, paseos, juegos…
Entonces, sin importar la raza, para el compañero ideal son necesarias la crianza con trato suave y coherente, la habituación a diferentes estímulos, y la socialización con su misma y otras especies incluida la humana.